domingo, 29 de octubre de 2017

Yo era mi propia jefe, la sal que yo sacaba era mío no de otros

“Laulasü taya tamuiwa, tü ichii takochiraka tamüinsü”
“Yo era mi propia jefe, la sal que yo sacaba era mío no de otros”

Por, Ángel Bilches González, wayuu Wouliyuu / Escuela de comunicaciones del pueblo wayuu

El sexo femenino es relacionado comúnmente con trabajos delicados y sutiles. En Manaure, cientos de mujeres dedicaron su juventud a recolectar artesanalmente la  sal de las charcas, con este trabajo contraponen esta  posición y reafirman que la necesidad hace que los trabajos de fuerza  también sean de mujeres. Ángela Pushaina es una de esas mujeres wayuu, a los ochenta años cuenta que  apunta de pala propagó la callosidad en sus manos, para poder generar su propio  progreso y la de su familia.
Llegó a Aküalu, Manaure La Guajira, por recomendaciones de otras  personas, que le ofertaron un campo laboran estable y lucrativo. Se referían a la alta ganancia por la producción de la venta de sal, un mineral blanco que abunda en la naturaleza en forma de grandes masas solidas o  disueltas en el agua del mar.

P. ¿Dentro de un trabajo rudo como este, como es el papel de la mujer en esta profesión?
A. Para sacar sal hay que tener fuerza, resistencia eso es pesado, cargábamos los sacos porque no había máquina, sacábamos la fuerza por nosotras y por nuestras familias. La gran mayoría éramos mujeres, y me gustaba mi trabajo, mi padre no quería que yo trabajara porque me decía que mejor era pastorear.  Mi familia me decía que porque iba lejos para trabajar que me podían enamorar los alijunas, y perderme, yo les decía que estaban errados. No iba en busca de novio, sino de trabajo. Les manifestaba que yo era feliz y lo demostraba cuando llegaba a  mi casa con compras y ellos se ponían felices. Me daba felicidad verlos contentos.

P. ¿Cómo era el proceso del intercambio de sal por dinero?
A. La sal nos los compraban los  alijunas extranjeros, en ese entonces nos compraban a cien pesos el saco, luego llego a mil  pesos cuando deje de trabajar, tenía más valor los billetes en esa época. Una vaca valía 100 pesos. No sé hablar español ni lo entiendo pero eso no fue impedimento para mí. Por intuición no dejaba que me robaran, pero tuve muchas complicaciones por no saberlo, me criticaban que porque trabajaba si no sabía hablar español. Llegaban muchas personas a  comprarnos.

P. ¿Cómo era la organización?
A. Yo era mi propia jefe, la sal que yo sacaba era mío, no de otros, Yo contrate varias personas que les pagaba por empacar y llenar los sacos, también les ayudaba a ellos para que acabaran más rápido. Para que se pudieran ir temprano a descansar.  Yo dormía con una amiga que también trabajaba conmigo porque era de mí mismo clan,  trataba con todos pero más con los Pushaina, los veía como mi familia. Me daban refugio. No teníamos límite de horas ni días éramos libres. Cada quien sacaba su producción para cada uno.

P. ¿Usted cree que es más viable vender sal que artesanías wayuu, que  fácilmente se puede elaborar en casa?
A. Es mejor vender  sal, porque se gana más, que vendiendo y tejiendo  mochilas, en un momento puedo conseguir mucha plata. Vendí mochilas pero ya no veo casi, y deje de hacerlo hace un año. Pero no es lo mismo. Nos sentimos triste porque se haya acabado el trabajo de la  charca, gracias a eso tuve para los gastos del colegio para mis hijos, porque no vivo con el padre de mis hijos. Muchos se beneficiaron con esta labor. Nadie quería venirse conmigo para trabajar, preferían quedarse tejiendo o pastoreando.

P. ¿Usted que hacía con  la ganancia, en que lo invirtió?
A. Compraba animales, es la riqueza del wayuu. Eso me decía siempre mi papa, me quedo impregnado en la mente. Presentía que se iba a acabar algún día mi trabajo, por eso compre mis ovejos, mis rebaños para que no pudiéramos pasar necesidades, todo eso está en mi ranchería Itaka vía Maicao a Riohacha.  No podía cuidar de mis animales, necesitaba trabajar no me podía quedar quieta, de eso vivíamos y ponía personas encargados, vecinos. De recompensa les traía comida, ropa, utensilios y más cosas por agradecimiento. Con la plata que me ganaba iba a Venezuela a comprar mercancías y los vendía en Manaure. Tengo 4 hijos, 3 mujeres y 1 hombre, mis hermanas viven en la ranchería , siempre voy a visitarlas.

P. ¿Qué pensaba sus hijos, respecto a su trabajo?
A. Nunca se avergonzaron, a mis hijos desde niños les enseñé como se hacía, para que me pudieran ayudar y así fue. Eso fue cuando había donde explotar la sal,  les decía a mis hijos no se olviden de sus raíces, aunque estemos en un pueblo no olvidemos lo propio, las mismas palabras de mi padre lo transmitía a ellos.  Ahora vivo bien, mis  hijos me dan todo tienen sus profesiones gracias a mi lucha por sacarlos adelante, gracias a la sal. Soy feliz no me arrepiento de haber hecho un trabajo para hombre.

Ángela Pushaina, divide su historia y la del pueblo de Manaure en dos, la de su trabajo en la charca y las diversas actividades comerciales que le tocó después del proceso de industrialización de las charcas.

María M. Aguilera Díaz, en el documentos de trabajo sobre economia regional titulado salinas de manaure: tradición wayuú y modernización,  publicado por el Banco de la Republica en el año 2003, afirma que  “La explotación de la sal marina a nivel industrial se hace en Manaure desde los años cuarenta. Allí se produce actualmente el 65% de la sal que se consume en el país. Su infraestructura productiva se extiende en 4 mil hectáreas con una capacidad para producir un millón de toneladas al año, pero se utiliza sólo en el 35% de esa capacidad productiva“.

El testimonio  de Ángela Pushaina es el eco de la satisfacción de haber vivido y aprovechado la oportunidad de oro que la naturaleza le ofreció a los wayuu.  La era de la sal,  esa época cuando los wayuu sin cédula, sin español, sin autoridades  y  sin jefes podían recolectar y comercializar  libremente el preciado material blanco que brota de las aguas del mar.

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